En los últimos años, el porcentaje de mujeres que apuestan por carreras STEM, el acrónimo que señala las disciplinas vinculadas con las ciencias, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas, prácticamente no ha crecido en España. El último informe “Mujeres en la economía digital en España 2018”, realizado por DigitalES, señalaba que solo el 2 % de las mujeres ocupadas trabajaban en el sector tecnológico y digital, a pesar de que en los últimos años se están llevando a cabo desde las instituciones públicas y las empresas privadas diferentes iniciativas para eliminar esa barrera.
En esta publicación llevamos unos cuantos años alertando de la necesidad de potenciar la presencia de las mujeres en estos ámbitos STEM. Las razones, apuntadas mil veces, obedecen, de una u otra manera, a la búsqueda de la máxima igualdad en todos los sectores. Siendo una publicación tecnológica, la reivindicación más lógica entronca con el área en el que ofrecemos nuestra información. Por tanto, las más puras STEM. Sin embargo, en el último reportaje que dedicamos a este tema, en el pasado mes de abril, Yolanda Morcillo, directora de canal del negocio del centro de datos de Lenovo, apelaba a la riqueza que supone contar con todo tipo de perfiles, tecnológicos o no, en las plantillas de las empresas TIC. “No es un campo exclusivo para aquellos estudiantes de las carreras STEM”, enarbolaba, con tino. Ella misma, formada en disciplinas políticas y sociologías, es un ejemplo de esta riqueza “cultural”.
Una reflexión que nos invita a dar una vuelta de tuerca a nuestra cruzada por poblar de féminas las disciplinas STEM. Ganar espacio es vital para avanzar en la igualdad pero la consecución de un porcentaje no debería ser nunca un objetivo. Las cuotas no deben marcar ningún fin. En ningún campo de la vida. Si buscamos sumar números, sin más, corremos algunos riesgos. El primero, el situar a féminas incompetentes en puestos de responsabilidad y, el segundo, en empujar a nuestras niñas a vocaciones para las que quizás no estén motivadas (aunque sí que estén formadas). Conseguir que más niñas digan que sí a las disciplinas STEM solo tiene un camino: desvincular la educación de los prejuicios de género. Romper, de manera definitiva, con los roles femeninos y masculinos y que el ser humano elija sólo dirigido por su vocación. Sin más. La premisa, básica, llana, clara, es de complicada ejecución: llevamos muchos milenios de historia marcados por prejuicios de género. Que hay que romper. Y la rotura tiene dos campos de ejecución: la educación y la familia. Más allá de las proclamas facilonas, de pancarta a pie de calle, hay que empezar a basar el cambio en que la igualdad debe respetar las diferencias, inherentes a cada sexo. Ni mejor ni peor solo diferentes. Pero iguales.
En esta guerra, necesaria, por poblar las STEM no debemos olvidar que tan importante es conseguir la paridad en el Consejo de Administración de una empresa TIC o de un banco como en la RAE. Y que tan necesario es visibilizar referentes femeninos, que sirvan de inspiración a las nuevas generaciones, en la ingeniería, la investigación o las matemáticas como en la literatura, la pintura o el cine. El camino es asegurarnos de que las niñas elijan con libertad y de que tengan su carrera profesional tan pelada (o no) de obstáculos como los niños. Solo así lograremos que puedan hacerse poseedoras, en igualdad, de un Premio Princesa de Asturias. ¿Qué más da si es el de las Letras o el de Investigación Científica y Técnica?