No cesa, ni cesará, el debate sobre qué disciplinas serán las más demandadas en los próximos años en el mercado laboral. Ante la falta de talento especializado en el apartado tecnológico, con la seguridad, la nube y el análisis de datos como espacios con más demanda, las empresas tecnológicas no dejan de promocionar el atractivo laboral que tiene el sector. Algunas, incluso, arman iniciativas, en colaboración con diferentes universidades, para crear talento especializado. Por ello, ante esta intensiva promoción de la formación en torno a las disciplinas tecnológicas y científicas, no deja de llamar la atención que en la última EvAU (Evaluación para el Acceso a la Universidad), el alumno que sacó el número uno en la Comunidad Autónoma de Madrid haya decidido optar por una disciplina tan “arcaica” como la filología. ¿Qué se le habrá pasado a este chico por la cabeza?
Una “anécdota” que se une a otro hecho, este con un barniz gubernamental, que señala a los famosos PERTE (Proyecto Estratégico para la Recuperación y la Transformación Europea). El quinto de estos proyectos, que se presentó el pasado mes de marzo, está dedicado a la lengua: “Nueva economía de la lengua”, con el objetivo de impulsar el valor de la lengua española y las lenguas cooficiales como elemento estratégico del proceso de transformación digital. ¿Lo digital unido a la lengua? Pues sí. Y parece que mucho.
Este PERTE cuenta con una dotación económica de 1.100 millones de euros y se plantea, entre otros retos, potenciar el desarrollo de una inteligencia artificial en español. Ahí es nada. Un reto en el que los lingüistas son profesionales esenciales. En la actualidad el 50 % de la investigación en inteligencia artificial se dedica al aprendizaje del lenguaje: hay que conseguir que los robots o las máquinas entiendan y se hagan entender por los humanos. Deben hablar bien la lengua natural. Por ello, en los equipos de desarrollo de la inteligencia artificial junto a ingenieros, arquitectos de datos o diseñadores, debe haber lingüistas. ¿Su labor? Explicado de forma sucinta: deben diseñar modelos lingüísticos para entrenar a los motores que generan la inteligencia artificial. Un propósito que, a semejanza de la tecnología, no deja de transformarse. El lenguaje es algo vivo, que cambia, que juega a ser ambiguo, irónico, burlón, poético… Las máquinas tienen que saber percibir todos estos acentos para aplicar bien la función para la que fueron diseñadas. Y, además, deben “hablar” bien. Vivimos inmersos en un segmento tecnológico en el que los barbarismos son abundantes y en el que se observa, cada vez con mayor tolerancia, atentados a la lengua con el uso de palabras como securizar, customizar, clusterizar, eficientar, servitización, inicializar, lincar, atachar o forwardear; términos incorrectos que nacen de una traducción “literal” al español, sin más normas que las que marca el usuario. Los lingüistas también tienen el reto de que las máquinas respeten la lengua.
Este vínculo entre la lengua y la tecnología tiene una tercera prueba en este 2022 con el nombramiento como nueva académica de la Real Academia Española (RAE) de Asunción Gómez-Pérez, catedrática de inteligencia artificial de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM). Toda una referencia.
Se reivindica, una vez más, el valor que tiene la lengua. Y el que a ella consagra su vocación laboral. Incluso en un mundo arrebatadoramente tecnológico y digital, es motor de riqueza. Y de conocimiento.