A mediados del siglo XX Ray Bradbury publicaba una incendiaria novela en la que los libros eran “perseguidos” para ser quemados por hordas de bomberos que acataban las órdenes de un gobierno que creía que la lectura impedía a los hombres ser felices. Retrataba una sociedad en la que los libros estaban prohibidos. ¿La razón? Cuando uno lee, piensa; y cuando piensa es distinto; y cuando es distinto, rompe con la homogeneidad, lo que puede resultar muy peligroso para los que se encargan de establecer normas. No se trata de anarquismo, se trata de libertad. Ya lo decía la Santa: “Lee y conducirás, no leas y serás conducido”.
60 años después algunos siguen intentando quemar el soporte más tradicional en el que reposan los libros: el papel. Los libros o cualquier otra forma de expresión escrita lo que incluye, como genero menor, a la prensa bajo sus múltiples manifestaciones: periódicos, semanarios o revistas especializadas. Unas hordas, no de bomberos, sino de inquisidores que sólo defienden la validez de una fe: lo digital. No hay politeísmo que valga ni adoración múltiple. La regencia del soporte digital, cuya capacidad de inmediatez, de coste mínimo y de universalidad es inapelable, someterá al papel. Se encenderán hogueras a la temperatura de 451 grados Farenheit (o 233 Celsius) para proclamar, de manera llamativa, el sometimiento de tan vetusto y demodé formato. Eso creen.
No podemos estar más en contra de semejantes prácticas. La convivencia es posible. ¿Difícil? Por supuesto. ¿Arriesgada? Sin duda. ¿Hermosa? La que más. Se trata de hermanar, en un complicado juego de equilibrios, todos los formatos en los que se puede consumir la información. Bordar el politeísmo, adorando lo bueno que esconde cada soporte. Se pongan como se pongan los nativos digitales el mejor medio para consumir información de manera reposada es el papel. Ahora bien, si se quiere estar al tanto de lo último y presumir de modernidad, los soportes digitales deben formar parte del día a día. Ambos dos. Sin exclusión.
En el segmento editorial puede exhibir esta dicotomía. Y se pueden ofrecer variados ejemplos que apoyan la tesis. Solo recordaremos dos. El primero es el de la revista “Newsweek”: a finales de 2012 anunció que dejaba de publicarse en papel. No pasaban dos años cuando sus editores anunciaron que volvían al redil del papel. Apagaron la hoguera y resucitaron el formato. El otro ejemplo es patrio. “El Mundo” renovaba su suplemento dominical, con nuevo diseño y nuevo nombre: “Papel”. No se puede elegir mejor nombre como estandarte de la defensa de este soporte.
Somos pocos los que, junto a la inclusión de los nuevos formatos, mantenemos el papel. Y así lo seguiremos haciendo mientras podamos. Ser pocos no supone no tener la razón, simplemente implica un mayor grado de dificultad en mantenerla. Los costes son superiores pero el resultado sigue mereciendo la pena. Mirar hacia adelante e invertir en los soportes electrónicos y audiovisuales no supone arrojar al fuego lo tradicional. Siempre que conserve un valor nosotros apostamos por mantenerlo. No se trata de romanticismo, se trata de periodismo. Y del amor por las letras. Escritas en papel.