Hay lugares que siguen conservando, incólume, una magia especial. A pesar de estar ubicados en tierras que han conocido a través de los años asedios varios y batallas diversas, emiten, sin descanso, un esplendor que no pierde brillo. Belén es, sin duda, uno de esos enclaves. Un Belén que, por ese contenido mágico que desprende, es ubicuo: no sólo se localiza en Judea —que también— sino que viaja cada año y cada noche del 24 de diciembre para aterrizar en cualquier lugar donde, a pesar de la tristeza, del dolor y de las pérdidas acumuladas a lo largo del año, se siga defendiendo la alegría y, por encima de todo, la vida.
Un año más, y más que nunca, Felices Pascuas.