Imaginen una pareja, ella embaraza, a punto de dar a luz, que tiene que buscar albergue en una noche con un frío que se cala hasta los huesos. Él golpea, una puerta tras otra, y en todas recibe el silencio, o el no, por respuesta. Al final, encuentran acomodo en un establo, pequeño, en el que, acompañados por una mula y un buey, ella alumbra a su bebé. Apenas un instante más tarde, esa misma noche, reciben la visita de los más humildes: unos pastores que sienten una llamada, “invisible”, en su puerta y deciden, no solo abrirla, sino ir al encuentro de quién la golpeó. Guiados, ya saben, por la estrellita…
Hace más de 2.000 años, Él golpeó nuestras puertas. Y buscó cobijo. ¿Cuántas personas, cuántas parejas, cuántas familias, cuántas comunidades golpean, cada día, cada noche, nuestras puertas? ¿Las abrimos? ¿Les damos albergue? Todos ellos buscaban como Él, un hogar donde “nacer”. O donde vivir.
Y sin estrella que les guíe. ¿O sí que siguen una? Hagamos, cada día, un “Emmanuel” en nuestras vidas. Solo se trata de abrirles las puerta. A Él y a los que buscaban lo mismo que Él.
¡Felices Pascuas!


































































