Por una vez en muchos años vamos a tomar prestado título (casi) y asunto (todo). La ocasión lo merece. El pasado sábado 23 de abril, festividad del libro, escribía Lucía Méndez una columna en “El Mundo” que pintaba, con el buen criterio que casi siempre la caracteriza, de qué manera tan brutal han mutado las reglas por las que se rige nuestra profesión. La antigüedad, que si lleva aparejada la profesionalidad siempre ha sido un grado en casi todos los oficios, en el nuestro se ha convertido en un lastre. Lo digital, de lo que tanto “sabemos” los que unimos periodismo y tecnología, ha arramplado con muchos de nuestros principios. Lo que Méndez llama “digital first” se ha convertido, por encima del buen hacer y la buena pluma, del rigor y de la noticia construida con alma, en la primera regla del “nuevo” periodismo. Ese cuyo primer principio es perseguir pinchazos a golpe de copia y el segundo mantener una privilegiada posición en el buscador dominante a base de estudios de SEO. Sin nada más.
Méndez habla de “la dolorosa decadencia de un oficio ejercido con alma”. La revolución digital ha pillado al periodismo con el pie cambiado. Exige una adaptación y un cambio de negocio en todas y cada una de las editoriales, sean del segmento que sean, pero seguimos apostando por que es posible llevarlo a cabo manteniendo el criterio de la profesionalidad. En definitiva, siendo periodistas. Los límites se han diluido y las exigencias de los anunciantes exceden, en muchas ocasiones, del tradicional oficio que tanto amamos. Los modelos de negocio en los que se sustentaban las editoriales han buscado una mayor flexibilidad y se han abierto hacia actividades que nunca nos han ocupado. Supervivencia obliga. Sin embargo, podemos llevarlas a cabo manteniendo el halo periodístico. De verdad que es posible.
Y en estas lides, las “nuevas” generaciones, mucho más cultas digitalmente, juegan con todas las capacidades para arrinconar a los plumillas tradicionales. Así ha sido en muchos medios. Sin embargo la juventud no es una cualidad. Sólo es un estado. Un trabajador joven es tan bueno o tan nocivo como lo es uno maduro. Podemos manejar las redes, podemos arrastrar seguidores, podemos ser los dueños de la Red pero sin criterio todo se acaba.
Aún hay esperanza. Sabemos quién trabaja y quién no. Quién conoce el mercado y quién conoce la Red. Quién disfruta con una entrevista y paladea un buen reportaje y quién no sabe hacer una pregunta. En definitiva, sabemos quién es nuestra gente. Ahora nos toca malear lo digital y ponerlo al servicio de las cosas bien hechas. No al revés.
Perdona Lucía por “robarte” asunto. Seguro que sabes perdonarnos. Y mucha suerte en tu lucha y en la de tu periódico. Despoblar el mundo de periodistas es robarle parte de su voz.