En este globo terráqueo en el que habitamos hay algunos lugares que siguen irradiando, año a año, siglo a siglo, una luz especial. No pregunten por qué. Es.
Y no hay en la tierra ninguno que se parezca a Belén. No pregunten por qué. Es.
Un lugar, disputado, violado, cercado, arrasado, violentado,… y que, sin embargo, mantiene, perenne, incólume, una magia especial. No pregunten por qué. Es.
Beit Lehem, el nombre hebreo de Belén, significa “Casa del pan”. El pan; ese alimento, básico, que compartimos todos los pueblos del mundo, pueblen el lugar que pueblen.
Y, junto a él, la casa, el hogar; el lugar en el que todos los habitantes del mundo nos sentimos nosotros mismos. Nuestro refugio. Sea donde sea. Y sea como sea.
Un año más, una medianoche más, Bet Lahm, el nombre por el que los árabes conocen a Belén, se convertirá en el símbolo de nuestra “Casa del pan”. Cualquiera que sea nuestro credo o nuestra falta de credo. Cualquiera que sea nuestra filiación o nuestra falta de ella. Y cualquiera que sea nuestro origen. Millones de hombres (inclusivo término) mirarán hacia la capital del mundo. Así lo marca una estrella. No pregunten por qué. Será.
Y un año más volveremos a creer, porque, pese a todo es una noche y un lugar mágico, que todos y cada uno de los pobladores de este desgastado planeta, tendrán un pan y una casa.
Felices Pascuas