Si, de repente, a alguno de nosotros le preguntaran, así, a bote pronto, quién o quiénes nunca le han fallado en su vida, la lista resultante de la reflexión no debería ser muy larga. O quizás sí, ¿por qué no? Hay gente, tremendamente atractiva y valiosa, que sabe hacerse querer y que, sobre todo, sabe querer; dos “actividades”, inexorablemente vinculadas y que se suelen retroalimentar, una a la otra, generando un halo de “buen rollo” en la mayor parte de aquellos sujetos que deciden dedicar gran parte de su tiempo a este entrenamiento.
Las Navidades son un tiempo excelente para calibrar la calidad de este entreno y comprobar los resultados del mismo que se traducen, sobre todo, en momentos compartidos y en guardar tiempo para esos; los que nunca fallan. Quizás no resulta fácil encontrar un hueco en un periodo repleto de banquetes y banquetas, de quedadas, de risas, de vinos, de cavas, de pavos y pavas…
Siempre hay personas que nunca fallan. Que siempre están ahí, que siempre vuelven o que cuando piensas que vaya mierda de vida; coño, aparecen. Son nuestros Reyes Magos. Esos pibitos (o pibitas) a los que, a veces, olvidamos en los entrenamientos de los afectos. A los que, como siempre están, no les concedemos una llamada, o una sonrisa, o una tarde de cañas, o una visita nocturna. O, simplemente, “y tú, ¿cómo vas?”. Pensemos en todos ellos esa noche, hermosa, del 5 de enero. Acuéstense pronto, limpien sus zapatos, pongan comida a los camellos y piensen en quienes son sus Majestades de Oriente. Y, también, para quién es usted su Rey Mago de Oriente. Y póngales una copita. Porque se lo merecen.
Feliz año y, sobre todo, felices Reyes Magos.